¡Alabado sea Al-lah!, Señor de los mundos. Testifico que nadie merece ser alabado excepto Al-lah, y que Muhammad, sallallaahu ‘alayhi wa sallam, es Su siervo y mensajero.
No hay nada de malo en enterrar a un musulmán fallecido en un país donde reside, pero se debe hacer en un cementerio de musulmanes o donde haya un espacio para los musulmanes. Así sucedió con Abu Ayub, que Dios esté complacido con él, quien fue enterrado cerca de Constantinopla. Tampoco hay nada que indique que el Profeta, sallallaahu ‘alayhi wa sallam, y sus Sahabah, que Dios esté complacido con ellos, hubiesen llevado el cuerpo de los mártires que murieron en tierras de la lejanas a donde ellos estaban.
Y Al-lah sabe más.