Él hombre fuerte de Ash-Sham, Ibrahim Pasha, hijo de Muhammad ‘Ali, el gobernador de Égipto, entró en la mezquita de los Omeyas (en Damasco), mientras el erudito de las tierras de Ash-Sham, el Sheij Sa‘id Al Halabi, que Al-lah le dé Su perdón, estaba dando una lección a los orantes. Éntonces, Ibrahim Pasha pasó por el lado del Sheij que tenía su pierna extendida y éste no la movió, ni cambió su postura. Ibrahim Pasha se ofendió y se resintió profundamente. Por lo tanto, salió de la mezquita llevando en sus adentros un fuerte rencor hacia el Sheij.
Tras que llegó a su palacio, los hipócritas le rodearon por todos los lados, y le indujeron a atacar al Sheij, quien desafió su fuerza y poderío. Siguieron incitándole contra él, hasta que ordenó que le trajeran al Sheij atado con cadenas.
Cuando los soldados estaban a punto de moverse para traer al Sheij, Ibrahim Pashá meditó y cambió de opinión. Pues, sabía que cualquier tipo de agravio contra el Sheij, le abriría puertas a problemas que no podría controlar.
Éntonces, su pensamiento lo guió a otro método para vengarse de él; o sea, seducirle con el dinero. Así, si el Sheij lo aceptara, sería como cazar dos pájaros de un tiro: afianzar su lealtad y eliminar su prestigio de las almas de los musulmanes, y por lo tanto no tendría ningún efecto sobre ellos.
Ibrahim Pasha se apresuró a mandar al Sheij mil liras de oro, que en aquel tiempo eran consideradas mucho dinero, y le pidió a su ministro que le diera el dinero al Sheij en presencia de sus alumnos y discípulos.
Él ministro fue a la mezquita con el dinero, se acercó al Sheij, que estaba dando su lección, le saludó y dijo en voz alta para que oyeran todos los que estaban en torno a él: “Éstas son mil liras de oro, nuestro Pasha quiere que las gastes en tu beneficio”.
Él Sheij miró al ministro con lástima, y le dijo con toda tranquilidad: “Hijo mío, regresa con el dinero de tu señor y devuélveselo, y dile: Él que extiende su pierna, no extiende su mano”.