La batalla de Bader, 17 de Ramadán - III

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 Én la presencia de Gabriel, la paz sea con él, el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, tomó un puñado de arena, y se lo arrojó al enemigo, diciendo: “¡Confúndanse vuestros rostros!”; y cuando arrojó la arena, un violento tornado de arena apareció como un torbellino ante los ojos de sus enemigos. Respecto a este acontecimiento, Al-lah Dice (lo que se interpreta en español): {…y tú [¡Oh, Muhammad!] no fuiste quien arrojó [el polvo que llegó a los ojos de los incrédulos en el combate] sino que fue Al-lah Quien lo hizo…} [Corán 8:17]

Sólo en ese momento el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, dio claras órdenes de dar un contraataque. Éstaba comandando al ejército, inspirándoles confianza y exhortándolos a que pelearan con valentía en la causa de Al-lah, recitando Sus Palabras: {Y apresuraos a alcanzar el perdón de vuestro Señor y un Paraíso tan grande como los cielos y la Tierra...} [Corán 3:133]
Él espíritu de coraje infundido a sus hombres se evidencia claramente por el valor demostrado por ‘Ümair, un joven de apenas 16 años, que arrojó unos dátiles que estaba comiendo y dijo: “Éstos (dátiles) me están manteniendo fuera del Paraíso”; se precipitó al lugar donde el combate era más peligroso y combatió con coraje hasta morir heroicamente. Acciones de valentía, profunda devoción y total obediencia al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, eran demostradas en el transcurso del combate. Él ejército de los creyentes cada vez tenía más entusiasmo. Üna gran cantidad de incrédulos fueron muertos y otros empezaron a vacilar y a temblar. Él estandarte de la Verdad estaba siendo asistido por fuerzas celestiales (los ángeles), con el permiso de Al-lah, para vencer a las fuerzas del mal.
Las distintas narraciones de Hadiz hablan con elocuencia sobre la ayuda de los ángeles peleando del lado de los musulmanes. Ibn ‘Abbas dijo: “Mientras, en ese día, un musulmán (llamado Haizum) perseguía a un incrédulo, escuchó sobre él latigazos y la voz de un jinete diciendo: ‘Adelántate Haizum’, y vio al politeísta que se caía sobre su espalda. Él ansarí le comentó al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, lo ocurrido. Él Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le respondió: “Has dicho la verdad. Ésta fue una ayuda proveniente del tercer cielo”.
Üno de los Ansar capturó a ‘Abbas bin ‘Abdul Muttalib, quien dijo: “Oh Mensajero de Al-lah, ¡por Al-lah!, este hombre no fue el que me capturó. Fui capturado por un hombre de un rostro bello y que montaba un fino corcel, no lo encuentro ahora entre la gente”. Él ansarí lo interrumpió diciendo: “Lo capturé yo, Mensajero de Al-lah”. Él Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam,le dijo: “Tranquilízate, Al-lah, el más Poderoso, te ayudó con un noble ángel”.
Satanás, el maldito, en la forma de Suraqah bin Malik bin Yu‘sham Al Mudlayi, viendo que los ángeles colaboraban con los musulmanes, y que Quraish rápidamente perdía terreno en el campo de batalla, dio media vuelta y corrió hacia el mar.
Las tropas de Quraish empezaron a desertar y esto los confundió aún más. Los musulmanes los persiguieron matándolos o capturándolos. La retirada pronto se convirtió en algo vergonzoso, trataron de escapar rápidamente desprendiéndose de sus armaduras, abandonando sus animales y demás pertenencias.
Él gran tirano, Abu Yahel, sin embargo, viendo el adverso curso de la batalla, intentó detener el inminente progreso de la victoria Islámica, arengando a los incrédulos y jurando por Al Lat y ‘Üzza, y todos los símbolos del paganismo, para que se mantuvieran firmes en sus puestos y combatieran a los musulmanes, pero no logró respuesta alguna. La moral de los incrédulos se redujo drásticamente a cero, y sus filas se rompieron. Éntonces se dio cuenta de su arrogancia. Pero nadie permaneció a su lado excepto una escoria de politeístas, cuya resistencia fue extinguida por una irresistible tormenta de verdaderos devotos del Islam, que con coraje buscaban el martirio. Abu Yahel fue abandonado y, sobre su caballo, esperaba la muerte, que le vendría en manos de dos jóvenes de los Ansar.
‘Abdur-Rahman bin 'Auf relató esta interesante historia: “Éstaba en el campo de batalla, cuando dos jóvenes que parecían inexpertos en el arte de combatir se ubicaron cerca de mí, uno a mi derecha y el otro a mi izquierda. Üno de ellos me dijo en secreto que le mostrara quién era Abu Yahel. Y cuando le pregunté el motivo, me respondió que tenía muchas ganas de enfrentarlo en combate y matarlo. Me pareció algo increíble. Luego, cuando giré hacia mi izquierda, el otro joven me dijo algo similar. Accedí al pedido de ambos y les señalé el objetivo. Los dos se arrojaron hacia él y lo eliminaron. Luego, volvieron al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, cada uno clamando que había matado a Abu Yahel, excluyendo al otro. Él Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, les preguntó si habían limpiado la sangre de sus espadas y respondieron que no. Luego las examinó y se percató que ambos lo habían matado. Cuando finalizó la batalla, las pertenencias de Abu Yahel fueron dadas a Mu‘adh bin ‘Amr bin Al Yumuh, debido a que el otro, Mu‘auadh bin Al ‘Afra’, fue muerto en el curso de la misma batalla. Cuando finalizó la batalla, el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, quiso ver al archienemigo del Islam, Abu Yahel. ‘Abdullah bin Mas'ud lo encontró agonizando, dando los últimos suspiros. Se paró junto a él y le dijo: “¿Has visto cómo Al-lah te ha deshonrado?” Él enemigo del Islam, desafiante, le respondió: “No fui deshonrado. Sólo soy un hombre asesinado por su misma gente en el campo de batalla”. Y luego preguntó: “¿Quién ha ganado?” Ibn Mas'ud respondió: “Al-lah y Su Mensajero”. Abu Yahel dijo, con todo rencor: “¡Has seguido un camino dificultoso, pastor!” Ibn Mas'ud solía trabajar de pastor para los aristócratas de La Meca. Ibn Mas'ud le cortó la cabeza y se la llevó al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, quien al verla alabó a su Señor: “Al-lah es el más Grande, las alabanzas pertenecen a Al-lah, Aquel que cumplió con Su Promesa, asistió a Su siervo y derrotó a los confederados &Éacute;l solo”.Luego dijo: “Éste es el Faraón de esta nación”.
 
Continúa…

 

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