Tania Tahira, México - I

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¿Musulmana mexicana? ¿Y eso con qué se come?

 Cuando la gente me pregunta de dónde vengo, invariablemente se sorprenden de que sea mexicana. Hay quienes me han dicho que seguro vengo de Pakistán, o que parezco argelina, otros aseguran que soy marroquí. Én otras ocasiones la gente se sorprenden de saber que soy mexicana, y no a causa de que uso el hijab, sino porque mi tez es blanca.

 
De todo, lo más sorprendente para ellos es que soy musulmana. Para unos es completamente increíble que una mexicana sea musulmana, y en seguida asumen que mis padres son árabes inmigrantes del Líbano, Palestina o Irak (hasta donde me alcanza la memoria y el conocimiento de mi ancestros, toda mi familia son mexicanos y antes de eso la mitad vinieron de Éspaña y otra la mitad ya estaban en América antes de que fuera descubierta); otras personas por el contrario (musulmanes y no-musulmanes por igual), me preguntan que si estoy casada, y entonces me dicen con toda tranquilidad: “¡És por eso que eres musulmana! Te hiciste musulmana para complacer a tu marido, ¿verdad?”.
 
A veces la gente me pregunta por las razones que me empujaron a hacerme musulmana. Algunas veces les respondo en corto y digo: “Allah me ha guiado y yo no hice más que seguir las señales y… aquí estoy”. Otras veces intento trazar en mi memoria el momento preciso en que mi destino dio vueltas y me vi dirigiendo mis pasos hacia la Meca. Mi respuesta acostumbrada marca el origen de todo a mis cursos de historia de la filosofía cuando estudiaba en la Üniversidad de México. Y es verdad, todo empezó ahí. Gracias a mis cursos me crucé con un extracto del pensamiento de un filósofo musulmán de la Édad Media. Én este escrito le pedían respuesta a la vieja pregunta de por qué, si Dios es Misericordioso, permite el mal en el mundo. La respuesta del pensador musulmán cautivó mi mente, porque su pensamiento no era falaz ni enigmático. Muy al contrario, encontré sus argumentos claros, lógicos, fáciles de seguir. Principalmente me llamó la atención su concepción de Dios. Éste filósofo hablaba de un Dios &Üacute;nico, indivisible. Recuerdo que por primera vez en mi vida leía algo sobre Dios que se parecía a lo que intuía mi ser. A partir de ese momento, hice un compromiso conmigo misma de profundizar mis conocimientos sobre el Islam.
 
Sin embargo, mucho antes de que yo leyera sobre los pensadores musulmanes de aquella época, hubo muchas cosas en mi vida que desde pequeña, creo yo, marcarían para siempre una inquietud por conocer la verdad. Recuerdo cómo desde niña las iglesias de mi país me causaban malestar. Nunca me gustó entrar en las iglesias, y mi madre cuenta que cuando yo era bebé siempre lloraba tanto en la iglesia que ella se tenía que salir. Más tarde, cuando tuve uso de la razón, siempre me desagradaron las esculturas de seres que sangran y que cuelgan, con rostros sufrientes y miradas muertas y fijas. Tampoco supe comprender por qué, si la gente va a la iglesia para hablar con Dios, cuando salen se olvidan de todo eso y se conducen con malas maneras.
Fue así como alguna vez creí que las religiones eran sólo inventos del hombre, y que se debía vivir la vida lejos de ideas enajenadoras. Sin embargo, al entrar a la universidad, descubrí que había un abismo entre la forma en que la gente comprende una religión y sus preceptos, y lo que los preceptos son en sí mismos.
 
Fue así como empezó mi labor de hormiguita para saber más de las religiones, y leí todo lo relacionado con Dios y las religiones del mundo que llegaba a mis manos o se encontraba en la biblioteca de la Üniversidad. Fue en estas circunstancias que el texto del filósofo musulmán hizo huella en mi memoria.
Después de haber leído ese texto, usaba cualquier pretexto posible en mis estudios para leer libros sobre el Islam y escribir mis tareas sobre este tema. Fue así también que me di cuenta que todos los libros a los que yo tenía acceso, estaban escritos por personas que no profesaban la religión musulmana, y estuve tentada a dejar de lado mi profundización en el Islam simplemente porque no podía tener la seguridad de estar leyendo información de buenas fuentes.
 

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