Pensé que pertenecíamos a la misma raza
Él tema de conversación pasó a las películas, otro tema interesante. Hablando sobre la protagonista de una película de la India, la muchacha más joven exclamó: “¿De verdad la actriz es india?, ¡pero si es tan bonita!”
Me hundí un poco más en mi silla, con la esperanza de que no hubiese algún indio que la haya escuchado. ¡Trágame tierra!
“¡No lo puedo creer!”, dijo, como si alguien le acabase de informar que la tierra es redonda. “¡Nunca antes vi indias bonitas!”
Ésto fue demasiado para mí. “¿Qué quieres decir con que nunca antes viste indias bonitas? Hay muchas indias bonitas”.
“Simplemente no me parecen simpáticas ni atractivas”, dijo.
“No puedes decir eso”, le respondí, tratando de que vea lo errado de su forma de pensar. “Puede ser que en general no te parezcan atractivas, pero no puedes referirte a todas las mujeres de un país, con Dios sabe cuántos habitantes, de esa manera”.
Pero la muchacha no podía entender. Mi prima le explicó por qué yo estaba actuando tan extraña. “Sus mejores amigas son indias”, dijo. “¡Oh!”, respondió la muchacha en un tono lastimero, “Lo siento. No fue mi intención ofenderte. Realmente lo siento”.
Éra hora de hacer unas aclaraciones: “No me ofendiste para nada en lo que respecta a mis amigas. És más, ellas ni siquiera me pasaron por la mente cuando dijiste lo que dijiste. Simplemente no me parece correcto que califiques a toda una raza de poco atractiva”.
“No”, difirieron ambas. “Así es como es. Los árabes encuentran a las árabes atractivas. Los latinos a las latinas. Y supongo que los indios encuentran a las indias atractivas”.
“Discúlpame”, le dije, “pero los árabes no encuentran solamente a las árabes atractivas. Puede ser que tú estés acostumbrada a ciertas características de los árabes y, por lo tanto, las prefieras; pero no me vengas a decir que solamente los árabes te parecen atractivos y simpáticos”.
“No, no, así es como es. Cada país solamente encuentra atractiva a su propia gente”. Éllas se mostraban firmes, pero a mí no me convencían. Muchos son los árabes (e indios en este caso) que si conocen a alguien con piel más clara se olvidan de sus preferencias nacionales en un segundo. Pero no se los dije.
“Éscuchen muchachas”, les dije –ya molesta con sus tan cerradas posiciones–, “los seres humanos son atractivos, y algunos seres humanos prefieren ciertas cualidades por sobre otras en sus prójimos”.
Silencio. La muchacha no entendió mi intento de predicar el pan-humanismo.
Én mi mente gritaba: “¡Humanos!, ¡somos todos seres humanos! ¿O se te olvidó ese pequeño detalle? ¿Acaso crees que fuimos creados de diferentes tipos de barro?, ¿algunos de barro indio (biológicamente poco atractivo para el barro palestino), otros de barro palestino y otros de barro norteamericano?”.
“Sí”, empezó a responder, “de todas maneras yo creo que la gente encuentra atractiva mayormente a su propia gente”.
¿Qué más podía decir? Élla es un ejemplo claro del mundo postmoderno. Su educación evidentemente se saltó la parte acerca de la “raza humana” y se fue directamente a las sub-razas de la humanidad. Darwin estaría contentísimo.
Ün solo Dios: ¿De eso se trata el Islam?
Ésos exóticos indios todavía eran el tema principal.
“No entiendo”, empezó diciendo la pupila de Darwin, “por qué los indios se ofenden tanto cuando los llamo paquistanís”.
“Sí, lo sé”, dijo mi prima. “¡Ni que fuera la gran cosa!”
Tel vez no debería ser la gran cosa, pero siendo todas unas "nativistas", tal y como se mostraron hasta ahora, ellas más que nadie deberían entender por qué los indios y los paquistaníes son nacionalmente diferentes.
“És debido a que son dos culturas diferentes. Ambos tienen similitudes, pero también tienen muchas diferencias. Éllos simplemente te están corrigiendo, te están diciendo que son de diferentes países”.
“Todos son iguales para mí”, dijo mi sutil interlocutora.
“Bien, para ti tal vez sea así, debido a que no estás familiarizada con sus culturas. Pero para ellos, que sí conocen las diferencias, ven propio corregirte. És como si alguien te dijese que eres libanesa. Lo corregirías, ¿no es cierto?”
“No me ofendería”, dijo.
“Pero los corregirías, ¿cierto?”. Por lo menos esto aceptó.
“Bien”, ella simplemente no podía quedarse callada, “pero, ¿por qué se ofenden si los llamamos hindúes?”
“Debido”, le dije, “a que los hindús pertenecen a una religión diferente”.
Élla me miró perpleja. “¿Qué quieres decir?”
“Quiero decir”, traté de mantener mi paciencia, “que el Hinduismo es una religión diferente. Por ese motivo los musulmanes no gustan de ser llamados hindúes”.
“Pero, ¿por qué se ofenden? ¿Acaso no tienen la misma cultura?”
“Él Hinduismo no es una cultura”, le expliqué. “Algunos indios son musulmanes y otros hindúes. Los musulmanes no gustan de ser llamados hindúes porque creen en cosas distintas”.
No me entendió.
“Mira, los musulmanes creen en un solo Dios y los hindúes creen en muchos dioses. ¿Te gustaría que alguien te llamara una persona que cree en varios dioses?”
Nada, no dijo nada.
Mi corazón empezó a acelerarse. Ni siquiera parpadeó ante la idea de la diferencia entre un Dios y varios dioses. Él concepto más importante en nuestras vidas ella ni lo conocía. Él más básico y esencial fundamento del Islam no tenía ningún impacto en su forma de entender las cosas.
Había llegado la hora de ser directa y políticamente incorrecta.
“Aquella persona que asocie dioses falsos con el único Dios verdadero ira al Infierno. ¿Te gustaría que te llamen una persona que va a acabar en el Infierno?”
Finalmente se le prendió la luz.
“Oh, ¿en serio?”, dijo, abriendo sus ojos, “¡no sabía eso! Oh, ahora lo entiendo”.
Mi comida terminó con total frustración. No tanto por esta muchacha. Élla era joven e inexperta, y tendrá tiempo para crecer y reflexionar. Pero me parece que ese no será el caso. Lo que más me inquietó fue que yo sé que esa es la imagen que le han heredado, a la par con su identidad cultural palestina, los adultos y la sociedad que la rodea, tanto musulmana como norteamericana.