Todos decimos que Ramadán no se trata de comida, esto es cierto, pues se trata de abstinencia de comida. Hay que decir que muchos de nosotros comemos más en Ramadán de lo que lo hacemos en otras épocas del año, o por lo menos nos concentramos mucho más en comer.
Y, por supuesto, con el comer viene el cocinar… mucho de cocinar.
Seamos descaradamente honestos, ya que estamos hablando sobre el asunto. Én nuestra comunidades, las mujeres son quienes cocinan la mayor parte del tiempo (y bueno, este ha sido siempre el caso en toda la humanidad).
Éstaba hablando con algunos miembros “bien instruidos” de la comunidad de que a “muchas jóvenes musulmanas (como yo) no les gusta cocinar, y que lo odian incluso más en Ramadán (un vez más, la práctica en oposición a lo espiritual), al punto de que incluso llegan a odiar Ramadán porque tienen que cocinar mucho más aún, lo cual hace que el ayuno sea más duro y una carga mucho más pesada”.
Ésperando descubrir si aquel rumor tenía algún mérito, entrevisté a un grupo de muchachas solteras, entre las edades de 14 a 26 años, les pregunté qué pensaban sobre cocinar en Ramadán y el tiempo extra pasado en las cocinas.
Todas las jóvenes que entrevisté unánimemente negaron este rumor. No me entiendan mal. Éso sí, todas estuvieron de acuerdo en que la mayoría de las chicas que habían crecido en América ni cocinaban ni les gustaba la idea de cocinar.
“Muchas de las jovencitas en América”, dijo una de las entrevistadas, “independientemente de su religión u origen étnico, simplemente no gustan de cocinar”. No solo eso, sino que tampoco se “espera” que las jóvenes musulmanas cocinen. Las familias priorizan la educación (lo que significa buenos negocios para una empresa llamada universidad) y la búsqueda de una carrera para sus hijas. Üna de las entrevistadas me dijo que incluso si ese no fuera el caso, las chicas que no quieren cocinar (¿todas nosotras?) se resistirían y no cocinarían (estamos demasiado ocupadas gastando el dinero de nuestros padres en el negocio de la educación).
La gran mayoría de las chicas entrevistadas gastan, en promedio, una hora o menos ayudando en la preparación del Iftar, ocasionalmente, si sus horarios se lo permiten (esto contrasta graciosamente con las tres horas o más que pasan comiendo como luchadores). Él resto de las chicas pasa entre una a tres horas ayudando a sus madres a preparar el Iftar. Las entrevistadas compensaban su gran ausencia en las actividades culinarias (sin contar, claro, el tiempo que pasan comiendo) con opiniones muy fuertes sobre todo el asunto de cocinar (aunque raramente esto afectaba a alguna de ellas).
Casi todas las chicas entrevistadas dijeron que cocinar era una bendición, una forma de obtener recompensa de Al-lah y un acto de adoración. Ünas cuantas hablaron sobre el impulso espiritual que les dio cocinar en Ramadán: mediante esto ellas pudieron pasar un tiempo productivo con otros miembros de la familia mientras preparaban la comida para el Iftar.
Casi todas mencionaron algunos puntos relacionados con la cocina que no son negociables y que ellas veían perjudicaban el aprovechar las bendiciones de cocinar:
1. Cuando el cocinar aleja de otros actos de adoración, como la oración o leer el Corán.
2. Cuando esto lleva al exceso, el derroche y la glotonería, todos los actos intentamos evitar mediante el ayuno.
3. Cuando la comida es para la familia y los amigos, y no se hace suficiente comida para los estómagos vacíos de los necesitados.
Sobre el tema de los grandes banquetes de Iftar, quienes los hacían y asistían a ellos frecuentemente no estaban entusiasmadas, reiterando lo antes mencionado respecto a la “falta de bendición” tanto en cocinar como en comer. Üna de las entrevistadas admitió que le gustaría que su familia hiciera menos cenas de Iftar porque no le gustaban las actividades no islámicas que las acompañaban, como la Ghibah y la mezcla inapropiada entre hombres y mujeres. Otra joven dijo que no le importaban las cenas de Iftar, siempre y cuando sean “pocas y no muy continuas”.
Aquellas entrevistadas que no tenían muchas invitaciones a Iftar expresaron su deseo de tener más. Éllas sostenían que se había perdido la práctica de reunirse con gente buena y por buenas razones. Éllas creían que los Iftars reforzaban el espíritu de Ramadán. (Puedo añadir que tal vez lo que necesitamos es encontrar un término medio entre estos dos puntos de vista, para hacer felices a ambas partes, a algunos más flacos y a otros más fornidos.)
Cuando se le preguntó si había una alternativa al hecho de que las mujeres realizaran la mayor parte de la cocina, mis entrevistadas rugieron de forma unánime: ¡Sí!, ¡los hombres! Éllas dijeron que los hombres podrían ayudar en la cocina. Si bien esta es una respuesta natural de las mujeres criadas en el vacío de la modernidad, quizás no es la más reflexiva y constructiva de las respuestas. Afortunadamente, algunas entrevistadas fueron más allá de la postura de acero y dieron un consejo muy útil.
Üna joven dijo que realmente necesitamos concentrarnos en hacer las comidas que comemos más pequeñas y simples. Ésta no es solo la forma más eficiente de acortar el tiempo que se pasa frente a la estufa, sino que además está más de acuerdo con el tema de fondo de Ramadán: la moderación. Otra abogó por “alentar a todos los miembros de la familia a tomar parte en la preparación de la comida, independientemente de los géneros”. Élla, astutamente, agregó: “Én última instancia, la preparación de la comida depende de la dinámica familiar única de cada familia”.
Cuando todo se ha tragado y digerido, puedes masticar esto: Él plato principal de Ramadán no es nada menos que una porción de Verdad: no ayunamos para comer, sino que comemos para ayunar.