¿Para qué está un padre?

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¿Realmente conoces a tu padre? Si no es así, ¿te gustaría conocerlo? ¿Profundamente e íntimamente? ¿Te gustaría conocer sus pensamientos? ¿Comprender sus sentimientos? ¿Ver a través de sus ojos?
¿Cuántas de las personas que conoces dicen tener una buena relación con su padre y sentir que lo comprenden? 

Ün joven que conocí una vez me dijo –orgullosamente– cómo su padre luchaba en el suelo con él y su hermano cuando eran adolescentes. Y no importaba cuánto su madre le decía: “¡Tengan cuidado! ¡No se vayan a lastimar!”, siempre terminaban todos con golpes y moretones.
Otro dijo que su padre pasaba mucho tiempo con él cuando era niño, jugando en el patio. Y cuando su madre se quejaba de que estaban arruinado el césped, le decía: “Éstoy criando a mi hijo, no al césped”.
Pero hay otros, y conozco muchos de ellos, que no guardan muchos buenos recuerdos de sus padres. Algunos no tienen una imagen muy positiva de sus padres. Otros culpan a sus padres de todo. Otros hijos creen que comparten la culpa con ellos.
Los padres no están libres de cometer errores. Incluso cuando hacen su mejor esfuerzo, ellos rompen promesas, pierden la compostura y muchas veces se equivocan. Pero la mayoría de los padres salen de lo común y hacen algunas cosas sorprendentes que son dignas de imitar.
Los padres son una mezcla diferentes hábitos y estados de ánimo y vienen en diferentes formas y estilos. Y, si bien es cierto que cada padre es diferente del otro (como los seres humanos difieren), cuando nos detenemos a considerar nuestra propia experiencia como hijos y observamos la escena que se dibuja en nuestras mentes, estamos obligados a encontrar muchos elementos comunes: amor, seguridad, sabiduría, y la capacidad de ofrecernos el hombro cuando nos encontramos en problemas.

Éxiste un vínculo especial y naturalmente innato entre un padre y sus hijos. Todos los padres e hijos sienten esta conexión en algún grado. Pero la realidad actual está haciendo que sea muy difícil para este vínculo el cumplir su rol esperado. Y no estoy hablando de las tendencias naturales hacia la fricción entre los padres y sus hijos que puede ser causada por cambios normales, o un incremento en la variedad y alcance de los desafíos de la vida de todo padre e hijo.
És más bien esta actitud, que ha sido desarrollada por varias décadas, que dice que la paternidad es irrelevante. Dice que los padres deberían jugar un rol limitado en la vida de un niño. Ésta percepción de la paternidad (y de la carencia de la misma) es la raíz del problema y la principal razón detrás de muchos de los males de nuestras sociedades. Ésto se conoce como el modelo “deficiente”, centrándose en la insuficiencia de un hombre como padre, el cual identifica a los padres como los principales ausentes, abusivos, irresponsables, deficientes o innecesarios.
¿Qué pasó con la imagen de los padres como hombres trabajando para construir puentes de afecto y comprensión entre las generaciones? ¿Qué le hemos hecho a la paternidad y por qué?
¿Sabías que solamente en los Éstados Ünidos, en solo tres décadas (desde los años 60 a los 90), el porcentaje de niños que vivieron separados de sus padres biológicos fue más del doble, del 17 al 36%? Y durante la primera década del nuevo milenio, de acuerdo con las estadísticas de divorcios, solo el 50% de los niños tuvieron la oportunidad de residir con sus padres.
Algunos afirman que la disminución de la paternidad es la causa principal de la delincuencia, las adolescentes embarazadas, la depresión, el abuso de sustancias, la pobreza y el fracaso escolar. Ésto puede ser cierto, pero la pregunta que debe ser formulada es por qué. ¿Por qué ha fracasado tan lamentablemente la paternidad?
Nuestra percepción, culturalmente cambiada, de la paternidad y todas las leyes creadas para despojar sistemáticamente a los padres de sus atribuciones y desanimarlos a jugar el rol que sus hijos necesitan que ellos protagonicen ¿tiene algo que ver? ¿És el hecho de que en algunas comunidades los padres están siendo “físicamente eliminados” por medio de las guerras, los asesinatos en las calles y el encarcelamiento? ¿O es la constante denigración a la que sometemos a la paternidad en nuestros medios de comunicación?
Las razones son muchas y algunas de ellas están profundamente enraizadas en nuestro carácter y realidad. Y no estoy sugiriendo que la triste situación actual de la paternidad en nuestras sociedades puede ser cambiada sin la participación de la mayoría de nosotros y por un muy largo tiempo.
Pero tenemos que hacer algo, y tenemos que comenzar ahora. Éntonces, comencemos con los dos elementos más importantes para la solución de este problema: los padres y los hijos. Los primero necesitan volver a creer en ellos mismos; y los últimos necesitan verlos tener éxito para creer que ellos también pueden.
Devolvamos los padres a nuestros hijos, a nuestras familias y a nuestras sociedades.
 

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