Cada año, con Ramadán en el horizonte, la mayoría de nosotros nos encontramos recibiendo un diluvio de correos, panfletos y sermones, que nos recuerdan su importancia. Algunos de los más útiles son aquellos que contienen consejos sobre cómo prepararse para este mes. Hay ideas que van desde hacer todo nuestro mercado y las compras para el ‘Id de antemano, hasta familiarizarse con el espíritu de Ramadán realizando ayunos voluntarios y recitando el Corán en casa.
Sin embargo, estas palabras que nos envían sobre “preparación”, parecen validar nuestra percepción de este mes como un invitado, pero uno muy importante. Por supuesto, Ramadán, que llega una vez cada año, es especial y distinto, y prepararnos para él significa que nos aseguremos de apreciar su magnanimidad. Por lo tanto, como hacemos antes de que lleguen unos visitantes importantes, ponemos lo mejor de nosotros para recibir Ramadán.
La desventaja de ello, sin embargo, es que implica nuestra vuelta atrás a nuestro modo “normal” tras la partida de cualquier extraño, y entonces vamos a hacer lo mismo cuando Ramadán se haya ido de nuestras vidas.
És aquí, entonces, donde falla nuestra preparación. ¿Será que estamos tan consumidos por nuestros deberes de anfitriones que nos perdemos de disfrutar la compañía de nuestro invitado?
Ordenamos el desorden, literal y figurado, de nuestras vidas y hogares para prepararnos para este mes, y planificamos nuestras actividades reservadas exclusivamente para esta época –leer todo el Corán, visitar la mezquita con mayor frecuencia, y alimentar a los pobres. Y en cuanto vemos la luna de Ramadán, le damos una bienvenida amable y cálida que se traduce en los cambios de nuestros días y noches.
Sin embargo, y todos nos hemos dado cuenta de esto, hay algo que sucede una semana o más después. Comenzamos a volver a caer en nuestra recitación programada, las filas de orantes en la mezquita se acortan, y en lugar de hacer donaciones generosas nos encontramos calculando sólo el Zakat requerido.
Éntonces, ¿qué es lo que ocurre? ¿Comenzamos viendo a Ramadán sólo como un invitado que ha abusado de nuestra acogida?
Pasado menos de un tercio del mes, nuestra preparación para su inicio comienza a apagarse y nuestro entusiasmo se desvanece. Émpezamos a verlo como cualquier otra época del año. Quizás esto se debe a que todos nuestros preparativos y nuestra “hospitalidad” obedecen más a la cortesía y a la tradición que al amor y deseo verdaderos. Si no fuera así, seríamos como los Compañeros, que Al-lah esté complacido con ellos, quienes imploraban a Al-lah que les permitiera ser testigos de Ramadán con seis meses de antelación y no apenas unos días antes. Y por ello lo honraban en verdad, y luego pasaban la siguiente mitad del año rezando para que ese acto de adoración fuera aceptable para &Éacute;l.
A medida que pasan los días comenzamos a darnos cuenta de que este invitado se quedará un poco más. Ésa prisa por hacer de este mes algo especial comienza entonces a disiparse, y pensamos que todo lo que hemos decidido hacer puede posponerse para otro día, o tal vez indefinidamente. Y así, las oraciones extra que queríamos ofrecer se han aplazado para las últimas diez noches. La Sadaqah que pretendíamos dar quedará para la víspera del ‘Id. La perspectiva de que un Ramadán de sólo 29 días no nos afana para terminar la recitación de todo el Corán antes de que termine. Y en cuanto a nuestras vigilias de I’tikaf, pensamos que siempre habrá otro año. Ésto no niega la sinceridad de nuestras buenas intenciones y nuestros planes pre Ramadán, pero los preparativos se mantendrán sólo si van acompañados de acciones concretas. Éllos sólo representarán remanentes de fe en nuestro interior que parpadean de vez en cuando para recordarnos que aún somos musulmanes, si sólo son reconocibles en este “limitado número de días” [Corán 2:184].
Lo más importante, es que necesitamos empezar a tratar a Ramadán no como un visitante de paso, sino como familia. Que sea un mes al que realmente tratamos con amor e inundamos con devoción. Y cuando la ocasión lo requiera, sin pretensiones, invirtamos en él con la atención especial que requiere. De cualquier forma, hay una coherencia en nuestra conducta, en términos de rectitud. Luego, cuando el mes se va, lo recordamos con cariño y nos mantenemos de tal forma que nos reconocerá cuando nos agracie de nuevo con su presencia.
Sólo así podremos disfrutar este “bendito mes que ha llegado” a nosotros, como algo más que un mero conocido [Tirmidhi]. Después de todo, Ramadán, y por extensión, el ayuno, es parte de lo que somos. No olvidemos que Al-lah dijo (lo que se interpreta en español): {Se os prescribió el ayuno al igual que a quienes os precedieron para que alcancéis la piedad.} [Corán 2:183].