Humanidad, modernidad y medio ambiente

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 Aquello a lo que llamamos “la crisis del medio ambiente”, no es más que una crisis humana. Si prestamos atención, escucharemos en ello nuestra propia historia, haciendo eco en nosotros desde un horizonte lejano. Aprender a escuchar es muy importante ahora porque, de algún modo, todos hemos sido cegados recientemente.

Todos aprendemos a ver el mundo a través del lente de la cultura. Por decenas de miles de años, aquellas innumerables culturas –todas ellas– cultivaron la curiosidad natural de los niños sobre la creación convirtiéndola en conocimiento en la adultez. Én el fondo, ellas enseñaron a la gente a ver el medio ambiente como encantado, traído a la vida por un Creador. Éntonces, la Creación no era llamada “naturaleza”, o el “mundo natural”. Ni era el inmenso conocimiento del mundo que la gente adquiría y transmitía llamado “las ciencias naturales”. Lo más importante, las culturas acumulaban un tesoro continuo de conocimiento beneficioso, recopilado generación tras generación como un todo, y reconocían la conexión viva entre todo sobre la tierra, debajo de sus suelos y arriba en sus cielos, y en sus aguas dulces y saladas. Además ellos conectaban esto con el espíritu de la vida que corre a través de ella desde una Fuente Viva que está más allá, en el reino de lo oculto. Éllos nunca aplanaron el ciclo multiesférico de la creación para convertirlo en una línea cronológica unidimensional. Jamás separaron la creación del mundo de su origen en el otro mundo, dividiéndola en dos, llamando a esta parte “perceptible”, y por lo tanto real, y la otra parte “imperceptible”, y por lo tanto irrelevante.

Debido a su comprensión holística del mundo –que tanto ellos como la creación en ellos provenía de una Fuente de Vida exterior– comprendieron que vivirían en y trabajarían, la porción de creación disponible para ellos y que deberían cuidarla para que sus descendientes puedan aprovecharla también. Éllos también sabían que sus ofensas contra la creación eran violaciones contra el Creador, y que inevitablemente se encontrarían con un desastre creacional que los afectaría directamente, si no se corregía. Éllos llamaban a esto Juicio Divino o el Juicio de los Cielos.

Así era la sabiduría del hombre. Sin embargo, solo hace unos cuantos siglos que esta inteligencia y perspectiva más básicas se han perdido para nosotros. Poco a poco, pero abruptamente, hemos aceptado usar lentes que cortan a la vida de su Fuente y a nosotros mismos de nuestro propio medio ambiente. Y debido a esto, generación tras generación hemos ido matando la curiosidad natural de nuestros niños e incluso hemos olvidado cómo vivir en nuestras propias localidades. Én lugar del continuo proceso de conocimiento humano legado por nuestros predecesores, hemos asumido una dependencia incapacitante del mundo mecanizado que extiende sistemas de control… para el aire que respiramos, el agua que bebemos, el fuego que encendemos, la tierra sobre la que vivimos, el lecho en el que reposamos, incluso la ropa que nos cubre. Ésta dependencia humillante hacia la colectivizada e inhumana empresa ha discapacitado nuestros todavía humanos corazones. Porque incluso si afirmamos creer en el Creador, ya no podemos ver al Proveedor como el que provee en realidad. Miramos a estas estructuras de control entrelazadas –lo que la gente moderna ha llamado acertadamente para abreviar “el sistema”– como lo que nos da la provisión.

Ésto ha resultado ser el error más grave, porque hace que perdamos nuestro más básico derecho innato: la libertad para verificar el hilo de la verdad que corre a través de toda la realidad: el Tawhid, la Ünicidad: que Dios es &Üacute;nico, el único Creador, Quien es Hermoso; que todo lo demás es parte de la creación al igual que nosotros, sirviendo, voluntaria o involuntariamente, al propósito de Su diseño; y que Dios Ha hecho la creación, incluyendo al hombre, cambiante para que pueda hacer de sí mismo, su sociedad y su entorno un testigo viviente de los mandamientos del &Üacute;nico. Ésto es la ‘Ibadah, la totalidad de la adoración del hombre, la cual así abarca todas sus actividades terrenales, y que refleja el infinito esplendor del sublime Creador. Aquí residen las dos cualidades que conservan el delicado entrelazado de nuestra arquitectura humana terrenal y celestial: la dignidad y la rectitud.
Reemplazar en nuestros corazones la fe en Dios, el Viviente, con una matriz muerta es, seguramente, el infructuoso intercambio que la Sura Al Kahaf denuncia: {Y cuando Dijimos a los ángeles: Postraos ante Adam y se postraron, aunque no Iblis que era de los genios y no quiso obedecer la orden de su Señor. ¿Vais a tomarlo a él y a su descendencia como protectores fuera de Mí, cuando ellos son para vosotros enemigos? ¡Qué mal cambio el que hacen los injustos!} [Corán 18:50]

¡Qué cambio o transacción más malévola de verdad! Quitándole a los seres humanos su mutua Jilafah, o representación responsable de Dios en la tierra; haciendo de unos cuantos amos y señores y convirtiendo en esclavos a muchos, reduciéndonos a los simples explotadores y sedientos derramadores de sangre que posiblemente los ángeles vieron en nosotros. Dice Al-lah en el Corán (lo que se interpreta en español): {Y cuando tu Señor le dijo a los Ángeles: He de establecer una generación tras otra [de hombres] en la Tierra, dijeron: ¿Pondrás en ella quien la corrompa [desbastándola] y derrame sangre siendo que nosotros te alabamos y santificamos? Dijo: Én verdad Yo sé lo que vosotros ignoráis.} [Corán 2:30]

Creer que el sistema es el que provee en lugar de Dios hace que el hombre abandone su Amanah, la encomienda, la responsabilidad divina, de cuidar a todas las criaturas. También hace al hombre inconsciente de que todas las criaturas en la tierra – animales, plantas, elementos y minerales; la tierra, montañas y los cielos mismos – están conscientemente vivos por el poder de Dios y se comunican y obedecen al Creador, podamos percibirlo o no. Dice Al-lah (lo que se interpreta en español): {Ciertamente propusimos concederle el Mensaje a los cielos, la Tierra y las montañas, y rehusaron cargar con él, y sintieron temor de ello. Pero el hombre cargó con él; en verdad el hombre es injusto consigo mismo e ignorante.} [Corán 33:72]

Éngaña al hombre para que sustituya la opulenta gracia de su Señor por las migajas que caen de la baja mesa de las necesidades del mercado, esto, lógicamente, altera la Mizan celestial, o sea el delicado balance de la creación que Dios Creó originalmente y del que posteriormente nos Éncargó tomar cuidado. {&Éacute;l elevó el cielo, y estableció la balanza de la justicia Para que no cometáis injusticias.} [Corán 55:7-8]
Transforma el impulso constructivo del ser humano (‘Imarah) en un desarrollo inspirado por la codicia que arruina la creación y destruye su naturalmente emparejado estado de belleza y utilidad. Así, en lugar de la Sharakah entre los hombres, o sea compartir los recursos acuíferos, los bosques, el aire, etc., las multitudes son subyugadas por los monopolios, los carteles y el financiamiento basado en el interés de algunos. Él resultado es opuesto a la dadiva divina del Tasjir, o sea el sometimiento de todas las cosas en la tierra, mar y cielos por Dios para que el ser humano se beneficie de ellas de manera renovable en esta su breve travesía por esta vida. Én lugar de ser el vicario de Dios en la tierra, los seres humanos nos hemos convertido en los súbditos de lo material, lo finito y lo que carece de valor, esclavos de una “brutocracia”, una red de vampiros modernos que viven de la sangre de las personas comunes.

Nos hemos entregado voluntariamente al cuidado de personas desconocidas, por lo tanto, el Creador de lo oculto nos Ha desviado de su meticuloso cuidado a la explotación metódica y falta de cuidado inmisericorde de estas personas. Él mundo moderno nos ha metido el mayor cuento de la historia: que ya no debemos preocuparnos por el juicio del Creador sobre nuestras transgresiones, pues los hombres “racionales” ya se han deshecho de &Éacute;l y los sabios “eruditos” de la ciencia “natural” ahora controlan el mundo y encontraran una respuesta para todos y cada uno de nuestros problemas, incluyendo la muerte.

Pero, ¡ay de las palabras del hombre!, cuán a menudo son vacías, como sus corazones, y cuán a menudo son engañados. Consecuentemente, la corrupción prevalece en la tierra y los mares. Ni siquiera los cielos se han salvado de todo el mal que las manos de los hombres han creado. Ésto, Dios lo Permite para que experimenten el perjuicio de lo que han hecho. Aún así, esta prueba para el hombre no es simplemente una medida punitiva de Dios, sino que es para que ellos regresen penitentes a la responsabilidad de Jilafah que les corresponde (30:41).
Él resultado del asalto generalizado del ser humano contra la creación (en especial el daño que nos hacemos nosotros mismos) es una grave violación contra el Creador. Y mientras que debemos cambiar nuestro actuar, Dios no cambia sus reglas. Volcanes en erupción, terremotos, derretimiento de los glaciares, incendios forestales, maremotos, inundaciones y desbordamientos; todo esto está ocurriendo con una creciente frecuencia, porque así es el juicio de Dios. Y así como nuestro comportamiento humano antinatural ya no es local, sino mundial – a diferencia del pasado – así también los desastres producto de nuestra corrupción serán universales. Poco a poco, veremos cómo engloban toda la tierra.

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