Con su “intención de retratar un alma verdaderamente hermosa”, Dostoyevski pone al protagonista de su libro “El Idiota”, el Príncipe Myshkin, en la lucha de una sociedad contemporánea más preocupada por la riqueza, el poder y la conquista sexual que por los ideales de la fe.
El carácter de Myshkun constantemente se desintegra cuando se ve abrumado por una pena natural por la aparentemente miserable condición humana que lo envuelve, una pena que solo sirve para confundir su innata pureza.
Naturalmente, en una sociedad tan llena de deshonestidad, deslealtad, amargos escenarios sociales e insaciable voracidad, la rara aparición de cualidades buenas como la inocencia y la honestidad son popularmente vistas con escepticismo, y a menudo son interpretadas como atrofias sociales o desórdenes mentales. Así, la gente que tiene contacto con el carácter absolutamente inocente y honesto de Myshkin no le pueden creer, y por lo tanto asumen que es un enfermo mental, que es un tonto, y que no es nada más que un idiota (de ahí el título del libro).
En esencia, la novela de Dostoyevski se reduce a la descripción de la antigua batalla entre el alma humana intangible y el “objeto” tangible, entre el cielo y la tierra y los efectos de la burda avaricia en el extendido hábitat humano: la comunidad.
De hecho, el Corán nos dice que este fe el éxito poco común de la comunidad de Medina, personificado en la calidad sorprendentemente desinteresada de los Ansar cuando sus hermanos Muhayirun (emigrantes) vinieron a ellos desde Meca. Dice el Corán (lo que se interpreta en español): {Quienes estaban establecidos en Medina y aceptaron la fe antes de su llegada, aman a los que emigraron a ellos, no sienten envidia alguna en sus corazones por lo que se les ha dado [del botín] y les prefieren a sí mismos aunque estén en extrema necesidad. Quienes hayan sido preservados de la avaricia serán los triunfadores.} [Corán 59:9]
En este sentido, independientemente de quién puede ser Dostoyevski , nosotros, hermanos y hermanas, podemos ver que en esta novela que, de hecho, él ha aprovechado lo que con seguridad podemos llamar “nuestra desafortunada caída en la idiotez”, el origen de nuestro problema como una comunidad disfuncional.
Una vez más, debo enfatizar que el término “idiota” como él lo está usando no es de ninguna manera el título que debe ser atribuido a un individuo espiritualmente inocente. Más bien, es la sociedad moderna que ha etiquetado a aquellos que poseen una inocencia poco común y una inclinación espiritual como tontos, excéntricos y simples idiotas.
En nuestro esfuerzo por disolvernos en el crisol global de la sociedad contemporánea, para aparentar “racionalidad” y “modernismo”, para aclimatarnos a los más recientes cambios en el ambiente social, nosotros los musulmanes, nosotros los seres humanos, hemos hecho numerosas suposiciones sobre lo que abarca lo que es correcto y lo que es incorrecto, lo que es apropiado e impropio, todo de acuerdo con los (confundidos) contextos sociales en los que ahora habitamos. Al vivir en una sociedad que valora lo corporal más que muchas de las precondicionadas virtudes del hombre, nosotros los musulmanes y aquellos de otras religiones, hombres y mujeres; nosotros, las personas, los hijos de Adán, hemos pasado de ser “comunidades” reales unidas por intocables, incoloros, inodoros, invisibles, impenetrables lazos de lealtad, de amor, de fe, a ser simples “barrios” unidos por vínculos débiles y perecibles de naturaleza monetaria.
Se dice que el amor, la lealtad y las otras virtudes invisibles del hombres son inquebrantables, salvo por el virtuoso que inicia el lazo. Entonces, naturalmente, cuando tienes una comunidad entera unida por la fe y el amor imperceptibles, las malvadas fuerzas externas y la corrupción son virtualmente neutralizadas. Un hombre puede ser robado y toda su riqueza y posesiones confiscadas, una mujer puede ser tomada, un niño puede ser separado para siempre de su madre; una ciudad puede ser bombardeada, su infraestructura demolida, y aún así el sentido de “comunidad” de “unidad” puede permanecer intacto, y eso significa estabilidad.
Por otro lado, una sociedad regida por el nivel socioeconómico, por el celo materialista, naturalmente está sujeta a los vaivenes de la economía. Los sentimientos de apego mutuo se vuelven artificiales y superficiales. Toda relación social decae, hasta la más íntima institución del matrimonio se vuelve sujeta al superficial, único y sin alma, ambiente de lo tangible. Nos encontramos a nosotros mismos casándonos por la riqueza, por poder, por estatus, e incluso por conquista sexual. Encontramos el ambiente y la atmósfera de nuestros hogares deteriorándose o mejorando según las bajadas y subidas de nuestra economía externa.
La función y = x +1 se ha convertido tristemente en una ecuación para predecir la condición de nuestras "comunidades", donde “x” es la condición económica, política y racial externa. Solo conectada a la actual condición externa y la unidad familiar, la base de la comunidad, “y” sigue el ejemplo. Cuando “x” cambia, “y” cambia: nosotros cambiamos ¿Es este el tipo de comunidad humana que queremos ser? ¿Es seguro depender de un antinatural y errático aporte externo?
Debemos preguntarnos a nosotros mismos, no como musulmanes ni como cristianos ni como blancos o negros, sino como humanidad: ¿Nos hemos vuelto extraños entre la multitud? ¿Por qué razón hemos caído en la “idiotez” de la modernidad? ¿Realmente estamos deseosos de la libertad del control corruptor? ¿Estamos dispuestos a tomar las medidas, sin importar cuán difícil sea, que nos hagan libres? ¿Queremos compartir el destino del Príncipe Myshkin y perder la compostura, perder nuestras mentes racionales, perder nuestro amor, perder nuestra humanidad unificada?
La respuesta y la decisión es tuya. Después de todo, ¿acaso no eres parte de este mundo?