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Él mal trae bien a la vida

El mal trae bien a la vida

{Si Dios no hubiera permitido que la gente se defendiera, la Tierra estaría llena de corrupción, pero Dios concede Sus gracias a todos los seres} [Corán 2:251]
El bien y el mal son dos caras de una misma moneda, un par cósmico inseparable que se necesitan mutuamente para existir. El valor no puede existir sin el peligro, el perdón no puede existir sin la ofensa, y la perseverancia no puede existir sin obstáculos. La dulzura de la saciedad solo es conocida por aquellos que sufrieron hambre, y lo mismo pasa con el sediento. Debe existir alguna manifestación del mal para lograr la virtud de conquistarlo. Como escribe Hubert S. Box en El problema del mal: “Es solo con la posibilidad del fracaso que logramos la recompensa del triunfo”. Por lo tanto, debe haber alguna imperfección con los humanos y su mundo que sirvan como chispa que encienda las llamas del bien que debemos encender. Dios ordenó que haya enfermedad para que busquemos y disfrutemos de la salud, y que haya fracaso para que nos interesen los logros. No podremos saborear nada de esta vida mundanal a menos que probemos su amargura y sintamos las lágrimas corriendo por nuestras mejillas.
Explicando cómo el dolor es el contenedor en el cual se entrega el placer, Ibn Al Qaiem dice:

Su Sabiduría (Glorificado sea) determinó que la felicidad, el placer y la comodidad no puedan ser alcanzados sino atravesando el puente de la dificultad y la fatiga; y que no se puede acceder a ellos sino cruzando las puertas de la penuria, la paciencia, y el padecimiento de las dificultades. Es por este motivo que rodeó el Paraíso con dificultades y el Fuego del Infierno con tentaciones. Es por eso que expulsó a Su elegido, Adán, la paz sean con él, del Paraíso a pesar de haberlo creado para él; Su sabiduría requirió que no pueda entrar en él sino a través de la dificultad y la penuria. Es así que lo sacó de allí solo para darle una entrada mejor. Solo Dios conoce la disparidad entre la primer entrada al Paraíso y la segunda. Qué disparidad existió entre la entrada del Mensajero de Al-lah, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, a La Meca bajo la protección de Al Mut’im Bin ‘Adi y cuando luego ingresó en el Día de la Conquista. Qué disparidad hay entre el placer y regocijo de los creyentes en el Paraíso luego de soportar lo que sufrieron previamente, con el placer que habrían sentido si hubiesen sido creados ya dentro de él. Qué distinto es aquel a quien Al-lah alivió y lo enriqueció luego de la pobreza, y lo guio luego del desvío, y elevó su corazón luego de perderse, comparado con el que no sufrió ninguna de esas adversidades. Su Sabiduría Divina predeterminó que las dificultades fueran la causa del placer y el bien, como dice el Altísimo: {Se les ha prescrito combatir aunque les desagrade. Es posible que les disguste algo y sea un bien para ustedes, y es posible que amen algo y sea un mal para ustedes. Dios conoce [todo] pero ustedes no} [Corán 2:216].
Un mundo sin mal es como un mundo sin bien: ninguno de los dos tendría un sentido por el cual esforzarse. Por eso, cuando los ateos pretenden un mundo sin mal están al mismo tiempo pidiendo un mundo estéril, desprovisto de cualquier bien. Explicando la noción de “sin dolor no hay beneficio”, Al Yahiz (fallecido en 868) escribió:
Si el mal fuera absoluto, la creación sería destruida; y si solo hubiera bien, entonces la prueba de la vida terminaría y se acabaría el pensamiento. Con la desaparición del pensamiento llegaría la falta de sabiduría, y una vez que se desvanece la elección, el discernimiento se va con él y el sabio no podría verificar, deliberar o aprender. En ese punto no existiría el conocimiento ni sería posible investigar nada, ni se podría repeler el daño; tampoco se podría asegurar ningún beneficio, y no habría paciencia ante la dificultad, tampoco las gracias ni las bendiciones. No habría disparidad en la elocuencia ni competencia en grados. Desaparecería la felicidad del triunfo y la gloria de la conquista, y ninguna persona recta tendría gratificación por ser así, como ninguna persona malvada encontraría la humillación de estar equivocada, y nadie con convicciones podría sentir la tranquilidad de la certeza, y nadie con dudas podría ser plagado por los nervios de lo desconocido. La gente perdería la esperanza y las ambiciones, sus almas quedarían carentes de todo propósito, sus mentes de todo fruto, y todo perdería su valor y derecho a ser.

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