EL DESEO DE PODER Y GLORIA
Hay muchas otras razones que complican la teoría de que Muhammad escribió el Corán para satisfacer sus “ambiciones de poder” y sus “aspiraciones megalómanas”, entre ellas tenemos:
PRIMERO: Muhammad hubiera naturalmente omitido del Corán aquellos versos que pudiesen perjudicar sus ambiciones; pero no lo hizo así. ¿Por qué debe ser él el autor de un libro que le ordenaba declarar a la gente que él no tenía ningún poder, que no tenía conocimiento de lo oculto y que si él hubiese tenido tal poder hubiera multiplicado sus bienes y ningún perjuicio le hubiera tocado?[1], o ¿Por qué debe ser él el autor de un libro que le ordenaba decir que ‘no había venido con una doctrina nueva’ y que “él ni siquiera esperaba que tal libro le fuera revelado” y que ‘debía por tanto anunciar a la gente que él es tan sólo un ser humano’ como cualquier otro?[2]. Si el “deseo de poder” hubiera motivado a Muhammad a componer intencionalmente el Corán; entonces se hace muy difícil explicar la existencia de los anteriores versos en este libro.
SEGUNDO: La reacción de Muhammad después de recibir la primera revelación, indica que él no tenía ninguna aspiración secreta de poder. Después de sus experiencias en la cueva de Hirá él se apresuró en llegar donde estaba su esposa lleno de miedo y temblando como si tuviese fiebre y pidió que lo cubriera con una manta. Después de que el miedo había pasado, él le relató todo lo acontecido y dijo: “¡Jadiya! ¿Qué es lo que me sucede[3]?”.
Si la revelación hubiera sido parte de su plan secreto para conseguir el poder, Muhammad no habría tenido nada que temer, y aunque no hubiera planeado la revelación sino que simplemente albergaba un intenso deseo de ser profeta, sus primeras experiencias con la revelación hubieran llenado su corazón con felicidad, pues finalmente estaría consiguiendo lo que siempre deseó. La evidencia disponible nos muestra que la revelación no fue planeada ni esperada, lo tomó por sorpresa. Sobre esto dice el Corán:
{Tú no esperabas recibir ninguna revelación, pero por misericordia, tu Señor te reveló el Corán… [4]}.
TERCERO: En numerosas ocasiones recibió la revelación en presencia de sus compañeros y éstos notaban claros cambios en su semblante; aún en un día muy frío solía sudar mucho y sus extremidades solían ponerse muy tensas. Si Muhammad hubiese sido un buscador de poder que simplemente utilizó el Corán para proyectar su ego, habría tratado de aparentar tranquilidad y un completo dominio de sus facultades. El mostrar nerviosismo en público es normalmente considerado como una debilidad. Aún en los momentos más críticos de su carrera, los líderes políticos se toman grandes molestias para aparentar calma o, al menos, proyectar esa imagen.
CUARTO: Durante el más difícil periodo de la vida profética de Muhammad, el de la tortura, la persecución y el sufrimiento, se le hizo una tentadora oferta por parte de los jefes de La Meca. Muhammad debería poner fin a lo que ellos consideraban división de la gente y renunciar a su pretensión de que había un solo Dios Universal. Fue Utbah bin Rabi’a quien presentó la propuesta a Muhammad en los siguientes términos:
“Hijo de mi hermano... tú eres, como sabes, un noble de la tribu y tu linaje te ha asegurado un lugar de honor. Ahora bien... has traído sobre tu gente un asunto de gran consternación, el cual ha enfrentado a la comunidad unos contra otros; y has declarado que su estilo de vida es estúpido, has hablado vergonzosamente de sus dioses y de su adoración, y has llamado a sus antepasados incrédulos. Escucha pues lo que te propongo y ve si te parece aceptable: Si es riqueza lo que buscas; juntaremos entre nosotros una fortuna para ti de entre nuestros muchos bienes, para que seas el más rico de nosotros. Si es honor lo que buscas, te haremos nuestro soberano y no tomaremos ninguna decisión sin tu consentimiento. Y si lo que quieres es ser rey, te haremos nuestro rey. Y si no puedes deshacerte por ti mismo del espíritu que se te apareció, buscaremos alguien que te cure y gastaremos nuestra fortuna hasta que se complete tu cura[5]”.
Es interesante notar que de la anterior propuesta, se hace claro que los Curaishíes (la tribu de Muhammad) habían especulado también sobre todos los motivos que los estudiosos modernos están imputando a Muhammad. En respuesta a esta proposición Muhammad recitó los versos entre las aleyas uno y 38 de la sura 41, que le habían sido recientemente reveladas. He aquí los primeros cuatro versos y los últimos dos de la recitación:
{Ha. Mim. Ésta es la revelación del Clemente, Misericordioso. Es un Libro cuyos preceptos fueron detallados precisamente; [fue revelado] el Corán en idioma árabe para que lo entiendan, que albricia [a los creyentes que serán recompensados] y advierte [del castigo a los pecadores]; pero la mayoría de los hombres se apartó [de la guía], y no quieren oír. Entre Sus signos están la noche y el día, el sol y la luna; si realmente es a Él a Quien adoráis entonces no adoréis al sol ni a la luna prosternándote ante ellos, sino adorad y prosternaos ante Al-lah [solamente] pues es Quien os ha creado. Pero si se ensoberbecen [rechazan adorar a Al-lah] sabed que los [Ángeles] que están próximos a su Señor Le glorifican por la noche y el día, y no se cansan de ello}. [Corán 41: 1-4 y 37-38]
Utbah quedó convencido de que Muhammad era un profeta de Dios. Sus amigos paganos le ridiculizaron por haber sido “embrujado” con la recitación de Muhammad. El punto aquí es que si Muhammad “compuso el Corán para conseguir riquezas y poder”...no pudo haber recibido una mejor oferta... ¿Por qué la rechazó?
[1] Ibid 7:188.
[2] Ibid 46:9, 28:86, 6:50 y 18:110.
[3] El relato de la primera revelación a Muhammad aparece en casi todas sus biografías. Ver por ejemplo en el libro de Martin Lings. Op. cit. Capítulo XV, Pág. 43-44; o el de H. Sarwar. Op. cit. Pág.65-67.
[4] Corán 28:86.
[5] En Martin Lings. Op. cit. Pág. 60-61 y en el libro de Hafiz Sarwar. Op. cit. Pág. 91. Cuando Curaish lo amenazó anteriormente con persecución o muerte si no renunciaba a su nueva fe, la respuesta de Muhammad a su tío Abu Taleb fue: “¡Oh tío mío! Por Dios que si ellos me pusieran el sol en mi diestra y la luna a mi izquierda para que renuncie a mi tarea, no lo haría. Continuaré hasta donde Dios me ayude o moriré en el intento”. Ver el libro de H. Sarwar. Op. cit. Pág. 88.