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¿Por qué sufre la gente? La existencia de Dios y el problema del mal (Parte 2 de 5)

¿Por qué sufre la gente? La existencia de Dios y el problema del mal (Parte 2 de 5)

Finalmente, esta prueba que es la vida carecería de sentido si las leyes naturales del mundo no existieran, ya que es nuestro reconocimiento de patrones coherentes –como la causa y el efecto– lo que nos lleva a enfrentar la realidad. Si los lobos no pudieran ver a los corderos, y si los ángeles salvaran a los ciervos de los incendios forestales, si los virus salieran mágicamente de nuestros cuerpos, si apareciera de repente gas pimienta en los ojos de cada violador, si cada francotirador sufriera de parálisis en sus dedos o si emergiera alimento en el estómago de cada niño hambriento, ese “mundo perfecto” estaría lleno de fallas porque no tendría leyes perennes o patrones de causalidad, y también porque su mal funcionamiento requeriría constantemente de la intervención de Dios. En la realidad, sin embargo, esas leyes hacen que el mundo sea como debe ser, y están allí para que la vida sea un campo de prueba. Deben existir eventos que requieran de la súplica a Dios, como salvar a alguien en peligro con coraje, o servir a los demás con abnegación. Es verdad que las mismas leyes que Dios creó y permiten que la vida sea estable, disfrutable, posible, son las mismas que a veces hacen que la vida sea dolorosa e incómoda. El deshielo de los glaciares sin duda irriga la tierra y sacia la sed de la gente y animales, pero puede también resultar en inundaciones destructivas. Los relámpagos brindan óxido nítrico a las plantas pero pueden a menudo golpear fatalmente a alguien. No obstante, en todos estos casos Dios creó una ley natural que hace más bien al mundo que el mal que pueden ocasionar. Ese bien general incluye, pero no se limita a, la habilidad de interactuar con una realidad comprensible (leyes naturales) y la evaluación de cómo usamos nuestro raciocinio con respecto a ella.
Cosechando en el más allá
{La vida en este mundo no es más que distracción y diversión, la vida del más allá es la vida verdadera. ¡Si supieran!} [Corán 29:64]
Cuando evaluamos nuestras vidas transitorias en este mundo y las comparamos con la del más allá, el problema del mal y el sufrimiento se desintegra. ¿Qué son 70 años de una supuesta miseria comparados no con 70 billones, sino años infinitos de felicidad inimaginable? Por el contrario, reducir nuestra existencia a solo esta vida es lo que amplifica negativamente nuestra percepción de los momentos “injustos” en ella. El musulmán ve el más allá como una realidad inevitable, una que empequeñece nuestra existencia aquí a la nada misma, tal como dijo el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él: “Si Al-lah hubiera considerado que la vida mundanal valiera como un ala de mosquito, el incrédulo no tendría permitido siquiera tomar un trago de agua de ella”(Tirmidhi). Ali Bin Abi Talib, que Al-lah esté complacido con él, describió más en detalle ese momento de llegada al más allá y cómo hará que esta vida sea percibida como un sueño, diciendo: “La gente está profundamente dormida. Cuando mueren, despiertan” (Imam Suiuti en su libro Ad-Durar Al Manthura).
Es común encontrar a ateos que suman los malos incidentes del mundo, apilándolos para evocar sentimientos en su audiencia, intentando persuadir a la gente para que se enojen con Dios. Al apelar a las emociones buscan subrayar ese dolor y sufrimiento como si no fueran excepciones sino la regla. Sin embargo, incluso sin notar estas tácticas manipulativas, las convicciones de un musulmán sobre la vida en el más allá, basadas en la evidencia, serían más que suficientes para contrarrestarlas. Por ejemplo, el Profeta, la paz y bendiciones de Al-lah sean con él, dijo: “La persona más destruida de este mundo –para la gente del Paraíso– será traída en el Día de la Resurrección y probará apenas una gota de la morada eterna. Se le dirá: ‘Oh, hijo de Adán, ¿has visto alguna penuria? ¿Tuviste alguna dificultad?’. Él dirá, ‘¡No, por Al-lah, mi Señor! No experimenté dificultad alguna; no vi ninguna miseria’” (Muslim). Esta persona no estará mintiendo, sino que habrá olvidado todas las dificultades anteriores por solo probar una pizca del éxtasis. En un flash, esta persona que sufría desventajas, que provocaba lástima, que fue perjudicada en este mundo, será objeto de intensa admiración por miles de millones de observadores que se consideraban “privilegiados”. el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, dijo: “En el Día de la Resurrección, cuando la gente que sufrió calamidades reciba su recompensa, aquellos que fueron perdonados desearán que su piel hubiera sido cortada en pedazos con sierras cuando estaban en el mundo” (Tirmidhi).
El sufrimiento humano, las desgracias que sufren los inocentes, y afirmar que “la vida es injusta” son todas quejas legítimas, pero solo si se niega la creencia en el más allá. Las peores atrocidades, como las que cometieron Hitler o Stalin, o las perpetradas contra Hiroshima o Nagasaki; y las crisis más tristes, como niños que sufren de hambre, todas juntas son insignificantes comparadas con la vida eterna. El Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, solía suplicar a Dios para que le diera esa visión penetrante, rogando en muchas ocasiones que se le brindara “certeza a través de la cual Tú nos alivies las calamidades de este mundo” (Tirmidhi). Para alguien que comprende la naturaleza eterna del más allá, que se le pida que “explique el hecho de que un niño sea violado y luego asesinado” no lo perturbará, porque comparará el calvario de un momento con un regocijo sin fin que aumenta con el tiempo y nunca termina.
En realidad es el ateísmo el que tiene que luchar con el tema del mal, no aquellos que ven esta vida con todas sus dificultades como una sombra en comparación con la próxima. El creyente cuya mente fue iluminada por la revelación entiende que de la misma forma que la tierra muerta es revivida cada primavera, y tal como estábamos muertos y tuvimos vida antes del nacimiento, nuestra vida no será el fin sino el comienzo, una transición a una nueva vida en la cual cada malestar y dolor serán olvidados. Es interesante cómo algunos se burlan de la búsqueda del Paraíso, pero al mismo tiempo soportan duros años de estudio para obtener un diploma y así poner un techo sobre sus cabezas y comida en la mesa. Para asegurarse un hogar con espacio limitado (no importa cuán espacioso sea), y algo de comida para tener energía (no importa cuán deliciosa sea), consideran justo invertir y trabajar por años, pero les parece injusto esforzarse por una felicidad inimaginable y sin final. Sin embargo, en realidad no importa qué ambiciones se puedan realizar aquí, qué placeres se pudieron adquirir, o qué “males” se pudieron evitar, todo eso no equivale a más que una gota del océano. El Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, dijo: “Esta vida mundanal en comparación con el más allá es como si uno de ustedes introduce su dedo en el mar [y luego lo saca]; que vea cuánto pudo sacar” (Muslim).
Por lo tanto, a pesar de que el musulmán ve el asunto del mal como algo que le da más sentido a esta vida, y así se hace inmune al nihilismo y la apatía, también ve los problemas que se presentan como semillas para cultivar su existencia en el más allá. {Persevera con profunda paciencia, porque ellos lo ven lejano [al Día del Juicio], pero Yo sé que está cercano} [Corán 70:5-7].

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