Por novena vez este año la luna gira alrededor de la Tierra, envolviéndola, y a todos sus habitantes, en un periodo de misericordia, de más cercanía con Al-lah. El mes del ayuno conecta a los cuerpos terrestres con cuerpos extraterrestres, la provisión material con el sustento espiritual, almas con almas por toda la humanidad.
Pero al verme expuesto a otro tipo de ayuno aprendí la importancia de esta tercera conexión.
Al visitar a mi abuelo recientemente en un centro de rehabilitación, fije mi mirada sobre su compañero de cuarto tras que entre en la habitación. Él estaba en posición fetal: viejo y pequeño, débil e indefenso, totalmente demacrado. Una enfermera entró y le habló, le preguntó si había comido. Él gruñó una respuesta, incapaz de siquiera poder hablar apropiadamente. Descubrí que el hombre tenía un severo caso de diabetes y su cuerpo rechazaba la comida. Prácticamente estaba muriendo de inanición.
Desde ese primer momento, me sentí emocionalmente relacionado con este hombre, cuya existencia antes había sido desconocida para mí, cuya vida pasada y personalidad presente yo ignoraba completamente. Ni siquiera conocía su nombre. Pero su presente estado de desamparo hacía que todo lo demás fuera irrelevante. Todo le había fallado, excepto su espíritu humano. Era solo un ser humano, sentí afinidad y amor por él.
Me pareció tan fácil preocuparme y solidarizarme con él, despojado de toda necesidad normal de que dependemos los seres humanos (ropa adecuada, movimientos físicos, aire fresco, incluso comida). Me pareció que su estado de privación liberó a su alma de todas las distracciones e interferencias materiales que la mayoría de nosotros consumimos sin cesar y de las cuales nos rodeamos.
Estaba emocionalmente conectado con él de una forma tan poderosa y aguda, que me preguntaba: ¿por qué me preocupo por alguien que ni siquiera conozco?
Nuestras almas contienen un poder que une a cada uno de nosotros con toda la humanidad, a pesar de nuestras diferencias. Esto es lo que permite a los seres humanos ir más allá de las presiones y corrupción de este mundo y aspirar a alcanzar un estatus más noble y digno en el más allá. La dura realidad es que muchos de nosotros estamos habituados a desactivar esta conexión espiritual con los demás porque nos falta el valor para sacrificarnos por alguien más, la generosidad para cuidar de otra alma, sin que primen nuestros propios intereses.
Pero, en última instancia, esto es una falta de confianza en Al-lah, una ruptura en nuestra creencia de que Él nunca nos Abandonará y de que siempre Hará lo que sea mejor para nosotros en esta vida y en la otra. Un ser humano que desestima el sufrimiento de otra alma termina limitado materialmente, físicamente débil y emocionalmente vulnerable, es decir, una criatura amargada y desesperada. Me prometí a mí mismo nunca rebajarme de esa manera.
Pero el fuerte hábito de la desconexión surgió en mí de repente. Comencé a apagar mi preocupación por aquel anciano hambriento. Luego ocurrió lo más inesperado. Debido a que Al-lah lo Había puesto en aquella humilde posición, Dejando expuesta hasta su esencia, de pronto vi, a través de su cuerpo que se desvanecía, su alma humana… y eso fue hermoso. Recordé el significado de ayunar, de Ramadán, del Islam, del propósito de la comunidad musulmana en el mundo. Entonces di el siguiente paso. Quería que aquél anciano moribundo supiera que lo amaba por la causa de Al-lah, tal como el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, dijo que hiciéramos.
Escribí una carta para el hombre. En ella me presentaba como un hermano en el Islam, diciéndole cuán feliz me sentía de haberlo conocido, y que, incluso a pesar de no saber ni su nombre, lo amaba por la causa de Al-lah. Le aseguré que estaba rezando por él y por su familia, porque sabía que estaban pasando por tiempos difíciles. Le dije que aunque aquel momento podía ser duro y doloroso, pronto pasaría. Solo necesitamos creer en Él, el Único, quien no tiene socios ni hijos, y confiar en que Él Cuidará de nosotros. Así que cuando morimos comienza nuestra verdadera vida: y esa vida donde el creyente que fue perdonado gozará eternamente junto con todas las personas creyentes que amó en la tierra y que lo rodeaban. Le dije que deseaba volver a visitarlo… allí.
Él asintió cuando le di la carta. Le sonreí al marcharme, nunca más lo volví a ver. Él permanece en mis oraciones, grabado en mi alma, y me consuela cuando pienso que, si Al-lah Quiere, nos volveremos a encontrar en el Paraíso.
Ya se aproxima el mes de Ramadán. Estos son los días en que extraños aparecen entre nosotros, pero no comen como nosotros. Sin embargo nos cuidan, por orden de Al-lah, a pesar de que nosotros somos seres humanos y ellos son ángeles.
Este es el mes en el que Al-lah Decide enviar una misericordia unificadora para Su creación humana, para que nos podamos conectar unos con otros y beneficiarnos mutuamente, sin obstáculos del tiempo, las fronteras geográficas, o diferencias personales. Al abstenernos de comida –una acción verdaderamente poderosa– aliviana el pesado mundo material que cubre nuestras almas.
Alrededor de toda la tierra, durante Ramadán algunas personas miran al sol más frecuentemente de lo usual. Ellos esperan que éste se ponga. Anhelan su desaparición más allá del horizonte. Estos son quienes ayunan por la misericordia de Al-lah, los que se abstienen por el perdón, quienes mendigan el perdón divino.
Al no actuar de forma material y mundanal, uno por uno van cayendo los velos de las almas como viejas mortajas. Ayuno tras ayuno, dejan de confiar tanto en el sustento material, y se preocupan más por abastecerse de provisiones espirituales cosechadas de su adoración diaria.
A medida que el ayuno se establece, la calma desciende, y un alma más diáfana parece extenderse y proyectarse, en un sentido de mayor pertenencia. La gente, por alguna razón, alrededor de toda la tierra, parecen más…bien..reconociblemente humanos.