El nombre completo de Saladino en árabe era Salah Addín Yusuf Bin Aiub, también llamado Al Malik An-Nasir Salah Ad-Dín Yusuf I. Nació en 1137/38 E.C. en Tikrit, Mesopotamia, y murió el 4 de marzo de 1193 E.C. en Damasco.
Fue el sultán musulmán de Egipto, Siria, Yemen y Palestina; fundador de la dinastía ayubí y uno de los más famosos héroes musulmanes.
En combate contra los cruzados cristianos logró un éxito definitivo al capturar disciplinadamente Jerusalén el 2 de octubre de 1187, terminando los 88 años de ocupación franca en la ciudad. Luego demostró nuevamente su gran genio militar al frenar los contrataques de la tercera cruzada.
Saladino nació en una renombrada familia kurda. En la noche de su nacimiento, su padre, Naymeddín Aiub, reunió a su familia y se mudó a Alepo donde se puso al servicio de Imaduddín Zinqi Bin Sunqur, el poderoso gobernante turco del norte de Siria. Criándose entre Baalbek y Damasco, Saladino fue en apariencia un joven que no destacaba y tenía una preferencia por los estudios religiosos por sobre el entrenamiento militar.
Su carrera formal inició cuando se unió al estado mayor de su tío Asaduddín Shirkuh, un importante comandante militar bajo el mandato del Emir Nuriddín, hijo y sucesor de Imaduddín Zinqi. Durante las tres expediciones militares comandadas por Shirkuh hacia Egipto para evitar que cayera en manos del reino cristiano latino de Jerusalén (generalmente gobernado por los guerreros llamados francos de la primera cruzada), se desarrolló un complejo conflicto triangular entre Amalrico I, rey latino de Jerusalén; Shawar, poderoso Gran Visir del califato fatimí de Egipto; y Shirkuh.
Después de la muerte de Shirkuh y la posterior orden de asesinar a Shawar, Saladino fue nombrado comandante de las tropas sirias en Egipto y Gran Visir del califato fatimí allí en 1169. Su relativamente rápido ascenso debe atribuirse a sus propios talentos. Siendo Gran Visir fue nombrado rey (Malik), aunque se lo conocía generalmente como Sultán.
Su posición se vio reforzada cuando, en 1171, abolió el débil e impopular califato shiita fatimí en Egipto, proclamó el retorno del Islam Sunni a Egipto y se convirtió en el único gobernante del país. A pesar de que se mantuvo por un tiempo, en teoría, como gobernador en representación del Emir de Siria, tal relación finalizó cuando murió el Emir en 1174.
Usando la riqueza agrícola de Egipto como base económica, Saladino se trasladó pronto a Siria con un pequeño y disciplinado ejército para reclamar el cargo de regente de Siria, desempeñado por el hijo de su anterior señor.
Sin embargo, abandonaría este reclamo pronto; y entre 1174 y 1186 se dedicó celosamente al objetivo de unir todos los territorios musulmanes de Siria, el norte de Mesopotamia, Palestina y Egipto. Esto se logró con una sutil y astuta diplomacia apoyada, cuando era necesario, con el ligero y determinado uso de la fuerza militar.
Gradualmente, su reputación creció y la gente lo consideraba un líder generoso y virtuoso pero firme, libre de traición, suntuosidad o crueldad. En contraste con la amarga e intensa rivalidad que perjudicaba a los musulmanes en su resistencia contra los cruzados, la consistencia de propósito de Saladino logró que los musulmanes se rearmaran física y espiritualmente.
Cada acto de Saladino estaba inspirado en la intensa y firme devoción a la idea del combate contra los cruzados cristianos. Una parte esencial de su política era fomentar el crecimiento y difusión de las instituciones religiosas islámicas. Se rodeó de eruditos y predicadores, fundó colegios y mezquitas para su uso y les encomendó escribir trabajos edificantes, en especial sobre el yihad armado. A través de la reforma moral, que era una parte genuina de su propio modo de vida, él trató de recrear en su propio reino algo del celo y entusiasmo que fuera tan valioso para las primeras generaciones de musulmanes cuando, cinco siglos antes, conquistaron medio mundo conocido.
Saladino también tuvo éxito inclinando la balanza militar a su favor, uniendo y disciplinando un gran número de fuerzas variopintas en vez de invertir en nuevas y mejoradas tecnologías militares. Finalmente, en 1187, pudo lanzar todas sus fuerzas en un combate a campo abierto contra las fuerzas similares del reino latino de los cruzados.
El 4 de julio de 1187, con el permiso de Al-lah y luego por su acertada estrategia militar y la marcada ausencia de estrategia entre sus enemigos, Saladino rodeó y destruyó en un solo golpe a un ejército cruzado, exhausto y loco de sed, en Hattín, cerca del lago Tiberias en el norte de Palestina.
Las pérdidas de los cruzados fueron tan estrepitosas en esta única batalla que los musulmanes lograron poco después recuperar casi todos los territorios de Jerusalén. Acre, Beirut, Sidón, Nazaret, Cesarea, Nablus, Yafa y Ascalón cayeron en poco más de tres meses.
Sin embargo, el mayor logro de Saladino y el más calamitosos golpe contra todo el movimiento cruzado vino el 2 de octubre de 1187, cuando Jerusalén, ciudad santa para musulmanes y judíos por igual, se rindió a Saladino después de 88 años de estar sometida a los francos. En gran contraste con la ocupación cruzada por los cristianos, cuando corrieron ríos de sangre por las bárbaras matanzas que perpetraron contra sus habitantes, la reconquista musulmana de Jerusalén se caracterizó por el civilizado y gentil comportamiento de Saladino y sus tropas.
Sin embargo, su repentino éxito, que en 1189 significó que la ocupación cruzada se redujera a solo tres ciudades, fue opacado por el fracaso en la liberación de Tiro, una casi inconquistable fortaleza costera donde se refugiaban las dispersas tropas cristianas supervivientes de las últimas batallas. Esta ciudad sería después el punto de partida del contrataque cristiano.
Lo más probable es que Saladino no pudiese anticipar la gran reacción cristiana a su liberación de Jerusalén, un evento que afectó grandemente el occidente europeo y al cual respondieron clamando por una nueva cruzada. Esta cruzada, además de la acostumbrada multitud de nobles y caballeros armados, introdujo en el conflicto a tres reyes del occidente europeo.
La magnitud del esfuerzo cristiano para combatirlo y la duradera impresión que causó entre sus contemporáneos, le dieron al nombre de Saladino, considerado un gentil y caballeroso enemigo, una adicional capa de brillo que las victorias militares nunca habrían podido darle.
La cruzada en sí fue larga y exhaustiva y, a pesar del obvio y a veces impulsivo genio militar de Ricardo I corazón de León, no logró casi nada. La razón de esto reside en el mayor logro de Saladino, que es frecuentemente dejado de lado sin mencionar. Con cansados y poco dispuestos reclutas feudales comprometidos a luchar solo una breve temporada del año, su determinación y férrea voluntad le permitió combatir a los mayores campeones de la cristiandad y obligarlos a ceder un resultado sin vencedores ni vencidos.
Los cruzados lograron mantener poco más que una precaria presencia en la costa levantina y, cuando el rey Ricardo I se marchó del Medio Oriente en octubre de 1192, la lucha cesó. Saladino se retiró a su capital en Damasco.
Poco tiempo después, sus largas temporadas de campaña y las interminables horas en la montura le pasaron la factura y le llegó la muerte. Mientras sus familiares ya disputaban las partes de su imperio, sus amigos encontraron que el más poderoso y generoso gobernante del mundo islámico no había dejado suficiente dinero para pagarse su propio entierro.
La familia de Saladino seguiría gobernando sobre Egipto y las tierras aledañas como la Dinastía Ayubí, que caería después en manos de los mamelucos en 1250.