Toma una lapicera e intenta escribir los nombres de todos tus amigos y luego clasifícalos en categorías. Descubrirás que algunos de ellos no son realmente amigos sino compañeros casuales.
Uno de ellos puede ser alguien con quien viajas y lo ves todos los días en el tren o el bus. Te saluda, lo saludas, y te hace una pregunta, entonces le respondes. Te pide que cierres una ventana y lo haces, te agradece, o si pisa tu pie por accidente y se da cuenta, te pide perdón. Una palabra lleva a una sonrisa, la sonrisa a una conversación, y a medida que los días pasan se encuentran intercambiando saludos y hablando como si fueran grandes amigos, ¡a pesar de que puedes no saber su nombre o a qué se dedica!
Otra persona en tu lista es tu colega de trabajo. Puede que seas un empleado y su oficina esté frente a la tuya, y lo ves todo el día; o puede que su computadora esté junto a la tuya. O puede que trabaje en la misma tienda contigo, o su tienda está junto a la tuya en el mercado. Pasas más tiempo con él que con tu propia familia, ¡y te encuentras con él con más frecuencia que con tus amigos y seres queridos! Puede que compartan momentos de seriedad, humor, alegría, y hasta enojo con esa persona, y así y todo ustedes se ven diferentes, tienen diferentes pensamientos y trasfondos.
También puedes encontrar en la lista un compañero de viaje a quien conociste en el tren y quieren entretenerse porque están aburridos. Intercambian saludos y algunas palabras, o hacen alguna observación sobre lo que ven en el viaje. En un par de horas comen juntos y se duermen en el mismo lugar. Las barreras entre ustedes comienzan a caer y ven y conocen sobre el otro lo que solo las familias conocen, a pesar de no estar relacionados para nada y no tener ningún afecto mutuo.
También puede estar el compañero de café, el de deportes y muchas otras categorías. Tu relación con ellos puede durar un tiempo hasta que los comienzas a llamar “amigos”, pero no son tal cosa. Ni los escogiste para que sean tus amigos ni elegiste su compañía, sino que la vida los puso en tu camino y quizá ni lo querías. Si no haces un inventario de ellos de la misma forma que un comerciante lo hace con su mercadería, y no los revisas y mantienes solo a los buenos dejando de lado a los malos, no sabrías a qué abismo esas amistades podrían llevarte. Un compañero arrastra a los que están con él por el camino que recorre, y todos suelen seguir el ejemplo de los que los rodean. Puedes acompañar a alguien por un camino o conocerlo del trabajo e interactuar de forma amigable, como toda persona bien educada lo hace, pero sin saber todo sobre su vida. Puede que la gente lo asocie contigo y lo conozcan como tu “amigo”, y sus males te pueden afectar de la misma manera a ti. Puede que sufras daño por tal asociación y se vuelva una fuente de desgracias. También puede influenciarte en formas que desconoces: cada palabra que escuchas es como una semilla arrojada en una tierra fértil, puede que sea buena y genere bondad en ti, o sea malvada y sus efectos perjudiciales. Mucha gente de bien ha sido corrompida porque mantuvieron amistades con personas malignas que cambiaron sus vidas y las hicieron miserables. Por el contrario, mucha gente de mal se rectificó y volvió al bien porque tuvieron la compañía de gente virtuosa. Uno puede estar a salvo de sus inclinaciones pecaminosas en soledad y distraerse con el conocimiento o el arte, o practicando ejercicios físicos o espirituales, pero puede aparecer un mal compañero de la nada y esas inclinaciones pueden encenderse y llevarnos por un mal camino.
- Sección:
Personalidad del Musulmán