ÉL DÉSÉO DÉ PODÉR Y GLORIA
La teoría de que Muhammad estaría motivado por el deseo de poder y gloria es también difícil de sostener. Para empezar, Muhammad ha sido reconocido como uno de los líderes más exitosos de la historia humana. Ün hombre con sus cualidades podría reclamar el liderazgo y asumir el poder sin necesidad de pretender ser profeta. De hecho, habría sido más fácil sin la profecía.
Segundo, el Corán declara muy explícitamente que nadie, incluyendo a Muhammad mismo, puede producir algo similar al Corán. Si él hubiera estado tras el poder y la gloria habría reclamado para sí la autoría del Corán, cuya belleza y sublimidad empequeñecieron a los demás libros.
Más aún; su carácter sugiere que no era un cazador de poder ni un buscador de gloria; el deseo de gloria normalmente encuentra su expresión en las residencias magnificentes, las ropas extravagantes, los vehículos lujosos, la adicción a los elogios exagerados, la servil zalamería y otras cosas similares. Muhammad, a su vez, era un ejemplo de humildad. A pesar de su dignidad social como profeta y sus pesadas responsabilidades como hombre de estado, Muhammad solía ayudar con las tareas domésticas. &Éacute;l mismo remendaba sus vestimentas, reparaba sus zapatos y ordeñaba su cabra.
Hablaba y escuchaba pacientemente a cualquiera que se le acercase, tanto que el Corán nos cuenta que sus detractores se quejaban diciendo:
{…y dicen: ¡És todo oídos![1]} [Corán 9: 61]
Én cierta época, los musulmanes solían ponerse de pie cuando querían saludarlo como señal de respeto, pero él se los prohibió diciendo: “No os pongáis de pie tal como lo hacen los persas honrándose unos a otros[2]”. Otros ejemplos de su humildad incluyen los citados por Gamal Badawi, quien escribe:
“Én una ocasión se encontraba viajando con algunos de sus discípulos y estos se prepararon para cocinar dividiéndose el trabajo entre ellos. Muhammad quiso encargarse de recoger algo de leña; sus discípulos le dijeron que ellos lo podían hacer por él. Muhammad les respondió: “Yo sé que podríais hacerlo por mí, pero odio tener algún privilegio sobre vosotros”. Én una ocasión un extraño se presentó ante él casi temblando de respeto; Muhammad le pidió que se acercase más y con una compasiva palmada en el hombro le dijo: “Tranquilízate hermano, yo soy tan sólo el hijo de una mujer que solía comer pan seco[3]”.
También fue transmitido, que en una ocasión algunas personas se presentaron ante el Profeta y se dirigieron a él con las siguientes palabras:
“¡Oh mensajero de Allah! ¡Él mejor de nosotros e hijo del mejor de nosotros! ¡Nuestro líder e hijo de nuestro líder!”.
Su respuesta fue:
“¡Oh gentes! Decid lo que dijisteis (es decir, mensajero de Allah) antes, o parte de ello, y no dejéis que Satán os engañe. Yo soy Muhammad, un siervo de Allah y Su mensajero. No me gusta que me elevéis por encima de la posición que Allah, Él Más Poderoso y Glorioso, me ha otorgado[4]”.
La muerte del hijo más querido de Muhammad, Ibrahim, coincidió con un eclipse y la gente lo consideró como un milagro de Dios, que los cielos y la tierra estaban lamentándose por la muerte de Ibrahim. Muhammad se disgustó mucho con ellos y dijo:
“Él sol y la luna son maravillas de entre las maravillas de Dios. No se eclipsan por la muerte o el nacimiento de ningún ser humano[5]”.
La inmensa magnitud de su humildad se puede apreciar en la forma en la cual ejercía su autoridad. Sus seguidores estaban siempre preparados para obedecerle, sin embargo, siempre insistía que la obediencia debía ser dirigida a Dios y no a él personalmente. Hizo una clara distinción entre las revelaciones que recibía de Dios y otras áreas a merced del juicio humano. Muhammad consultaba sobre los asuntos que caían en la última categoría y respetaba la opinión de los demás. Én la batalla de Badr, por ejemplo, el consejo de Habib bin Múndhir fue aceptado por el Profeta aún contra su propia decisión[6].
De la misma manera, en la batalla de Ühud, el plan inicial de Muhammad era el de no salir de la ciudad y resistir el sitio dentro de sus propias defensas. &Éacute;l consultó si debían luchar fuera o no[7], ya que la mayoría estaba en contra de permanecer detrás de los muros de la ciudad y él aceptó la decisión de la mayoría. Én la batalla del foso aceptó la propuesta emitida por Salmán de cavar un foso alrededor de la ciudad de Medina[8].
Muhammad prohibió hacer de su tumba un lugar de adoración diciendo: “No hagáis de mi tumba un lugar de celebraciones.” Y oró a su Señor: “Oh Señor mío; no dejes que mi tumba se convierta en un ídolo a ser adorado”, y advirtió categóricamente a los musulmanes que no le glorificaran exageradamente: “No me glorifiquéis de la misma manera que los cristianos glorifican a Jesús, hijo de María, más bien decid: Él (Muhammad) es un siervo de Allah y Su mensajero[9]”.
Hasta el Corán advierte a las personas que no exageren al honrarse unos a otros[10].